lunes, julio 24, 2006

Caja De Bombones

I

Entrando en mi advierto
cuan prolija me visto,
para ir a empantanarme
en mi punto correcto.

II

No he declarado
mi hostil temperamento,
no sé,
no entiendo,
no creo.
Intuyo, babeo y limpio.

III
Sé que no doy mañanas fáciles
y tampoco me engalano
en mustia docilidad.

sábado, julio 22, 2006

VIERNES FURIOSO



Escribo el siguiente texto bajo un estado de fuerte impacto.

El viernes 21 de Julio, tipo 20:00, veníamos caminando con mi amiga Paz Spencer por Vitacura con Alonso de Córdova, con la intención de volver a nuestras casas.
De golpe, vimos bajar una micro a gran velocidad por la pista izquierda de Vitacura. El bus terminó su infame carrera atropellando a una señora de 65 años que esperaba tranquilamente en el bandejón central con la intención de cruzar la calle.
Todo el brutal accidente ocurrió frente a nuestros ojos. Atónitas, entre medio de gritos, llanto y confusión, presenciamos el horrible resultado de la irresponsabilidad de un conductor. El bus le pasó literalmente por encima a la señora aplastándola, después de impactarla de frente, por lo que ella murió en el acto.
Más tarde, dimos nuestro testimonio a carabineros que se portaron como unos verdaderos imbéciles con nosotras y con la situación en general. Llegaron media hora después del accidente, y cuando les preguntamos sobre el procedimiento, un paco nos respondió con cara de aburrido (textual): “Nooo, a lo más las llaman para que vayan a declarar, pero no creo...” restándole total importancia a lo acontecido. Luego, me llamaron a las dos de la mañana a mi celular solo para confirmar en que comuna vivía!!!!
Del hijodeputa del micrero, sólo sé que lo detuvieron, ya que lo vi en el radiopatrulla, pero como todos sabemos, la ley para ellos no se aplica, así es que como yo confío en otras leyes mayores, le tiré mi maldición gitana, junto con un buen escupo.

Juan Pablo nos fue a buscar y todos volvimos a casa profundamente shockeados.


Frente a la iglesia en donde todo esto ocurrió, comenzó a reunirse la gente para celebrar un matrimonio. Pensé que ahí mismo probablemente el lunes realizarán el funeral de alguna persona, y el domingo bautizarán a algún nuevo católico, y que cada semana en esa iglesia pasan cientos de cosas... frente a esa misma iglesia donde la micro me deja todos los días y yo me bajo y camino para ir a trabajar, frente a la iglesia donde me ocurrió algo muy feo con un taxista años atrás...
¿Cómo me siento? Con la convicción absoluta de que estamos viviendo en una secuencia de destrucción y desprotección latente. Es tan bizarra la cantidad de injusticias, violencia extrema y el desperdicio de vidas que ocurren en nuestro entorno, en tu esquina y en cualquier parte, que no podemos ni siquiera llegar a pensar en confiar en ninguna ley ni sistema. Me declaro anárquica, en el profundo sentido, el cual consiste en no esperar que ninguna estructura te respalde o que responda por ti, sino que tomar la responsabilidad de tu propia vida y ser consciente de ella. De ahí el peligro de la anarquía y de todo lo que huela a irreverencia, protestar o un simple No estar de acuerdo. Furiosa soy con el mundo, y sé que la furia es en sí un valor sagrado. Hiervo de rabia por lo que pasó este viernes y a quien no se enfurezca con estos hechos, me permito asegurarle que está completa y jodidamente muerto en vida.

Alguien le cerró de golpe el libro de la vida a otra persona, sin tener ningún derecho a hacerlo. Sólo queda pedir al universo por que el alma de esa señora transite libre y en paz por otras dimensiones.
La paz de mi furia para ella.

jueves, julio 20, 2006

Poemas Aéreos

AÉREO I

Mariposa que veloz se extingue
en mirada verde naranja y negra,
sale de ti para aflorarme un día
vuelca tu zigzag de polvo sobre mi cabeza.


Róbale el brío al sol candoroso que te mece,
en tu capullo tejido con un hilván de mil hojas
levanta tus alas para ver la montaña
con el filtro brillante de tu vitral alegre.

Prospérame, siembra en mí, ave poderosa
el vicio sagrado de disfrutar brindando
con el néctar extraído de la planta antigua
casi declarada extinta, bien llamada Carpe Diem.


AÉREO II

En medio de la noche, me estrellé con una luz opaca.
Su borde, lo habían roído pequeñas bestias pardas,
su centro declinaba mirarme la boca, por miedo a desear.
Al chocarnos, me la topé inmersa, trajinando en su bebida de plata,
despeinada, puliendo su bella penumbra astral.
Cuento breve, se abrió paso en mi frente clara,
y me condujo al terreno perfecto, donde mi piel quebrada
no puede brillar.

viernes, julio 14, 2006

La agonía de las Ventanas

En la casa de mi abuela en la fértil comuna de La Reina, Santiago de Chile, existía una pequeña ventana del segundo piso por la que me encantaba mirar cundo era niña.
Era una ventanita con reja de seguridad que miraba hacia el oriente. No poseía en absoluto algo especial como arquitectura, pero era una verdadera ventana en todo el amplio sentido de la palabra. Se aplicaba en cumplir su razón de ser como las ventanas de antes, esas que fueron construidas para mirar hacia fuera, cuando en afuera existían muchas cosas interesantes que debían ser vistas.
Mi abuela, más bien mi “yaya”, se sentaba a coser en la antigua máquina casi todos los días de su vida.
A su izquierda , justo arriba de donde ella se ubicaba, estaba la ventana. La pieza era bien iluminada y nunca se necesitaba encender la luz durante el día. Al lado de la máquina de coser , estaba la antigua tele en blanco y negro. Era una auténtica reliquia que se había ganado mi abuelo en una rifa mucho antes de que yo naciera.
La yaya cosía y yo me sentaba un poco atrás de ella, en una silla de mimbre y veía la tele. Era un aparto muy grande, como todas las teles de los años sesenta, tenía sus patas propias y se cambiaban los canales con una gran perilla. Miraba la tele, miraba a mi abuela coser y miraba la ventanita. Mi abuela cosía, miraba la tele y levantaba la vista para mirar por la ventana. Seguía cosiendo.
Esa ventana era sin dudas, una verdadera ventana.
Era pequeña, no proporcionaba una vista como para empacharse los ojos, pero nos regalaba una visón auténtica. Se veía un pedazo no muy exagerado del cielo, pero sí muy exageradamente limpio, celeste y libre. Observando ese cielo, aprendí lo que es la contemplación. Quedarse suspendido entre una expiración y un nuevo respiro, intuir que ese cielo es un espejo enorme que nos refleja y pertenece a todos, familia, sociedad, patria, humanidad, universo y persona. Intuía que más allá del celeste están las respuestas y mirarlo me alentaba la valentía de ser preguntona. Miraba ese cielo y sentía el germen de aprender, de salir volando y entenderlo todo realmente, encontrarme de pie y en la cara con la realidad. Teniendo la TV al lado, dejaba de interesarme. Esa ventana lo contenía todo. Sobre el cielo prístino, se ubicaba el recorte de la angulosa Cordillera de Los Andes. Cuando al atardecer, caían los últimos rayos del sol sobre la nieve, deseaba estar justo ahí. En el punto donde la luz duraba hasta más tarde y pegaba directo. Me imaginaba como se vería la ciudad desde ese helado de crema abundante que goteaba por las rocas y caía por las quebradas andinas.
Podía quedarme mucho tiempo en ese estado expansivo que justamente es ajeno a las medidas temporales. Esa ventana, la verdadera ventana, sintetiza el espíritu reflexivo y cuestionador que me caracterizaba cuando niña. Ante los argumentos que se me daban como verdades taxativas, sabía que había algo más. Ya lo había descubierto y constatado como real, ya me había conectado con una visión mayor.

Extraño con melancolía esas pequeñas ventanas que nos conectan con estados mágicos. Una ventana es construida para regalarnos el legítimo derecho a soñar. Algo que hace poco tiempo era de toda lógica y constituía un derecho colectivo, hoy se ha transformado en un lujo que hace subir la plusvalía de las propiedades. Un departamento con vista a la intimidad del vecino es mucho más barato que uno con vista a un parque. (Una clara incitación urbanística a meterse en la vida del otro como algo común) El habitante del primer caso se resigna a no soñar, justamente en el lugar que debería ser su preciado refugio del mundo, mientras que el que posee vista al parque se despierta sobresaltado a medianoche, implorando que no sea real la pesadilla en la que una garra de hierro arrancaba a los árboles de raíz.
Años después de la ventana del cuarto de costura, me senté en el computador de mi casa, levanté la vista hacia mi izquierda y contemplé el cielo. Un pedazo gris del espejo otrora impecable, era una lánguida versión de sí mismo en mi gran ventana de departamento moderno, una enorme ventana sin vista, sembrada de cientos de grúas y edificios de espejos que quizás quieran recrear el reflejo que el cielo debería expandir sobre nuestras existencias. Miré y vi. Está ahí detrás del espanto grisáseo que se respira. Y entonces escribí este poema:

Afírmame firmamento
las leyes de mi manifiesto,
mi propia way de vida
ajena al mandato externo.

Dame la fuerza de un dios
que no transa sus mandamientos,
acógeme en tu azul
que abraza sin miramientos

Dame pies para andar en el suelo,
una capa de piel de humano
con un poco de arena blanca
para poder contar tu tiempo

Pero ante todo, Afírmame Firmamento,
Afírmame el recuerdo
de lo que soy
y a lo que vengo,
de no perderme
en el despliegue
de este fugaz experimento.

Sincrónicamente, este poema fue publicado en España, dentro de una antología poética titulada “Desde mi ventana: Soledad y Vértigo”...
Un par de semanas atrás, fui a visitar a la yaya al departamento a donde se mudó con mi abuelo hace más de quince años. Ahora, tiene una pieza para costurear que es pequeñísima y la vista es bastante aburrida. Siempre recuerda con añoranza su antiguo cuarto de costura, amplio, cómodo y “con tan buena luz”. Le pregunté si desde la ventana de esa pieza se veía la cordillera, ella me respondió que sí.
Aunque yo ya sabía la respuesta, hice la pregunta para poder sentirla recordar y junto con ella y su recuerdo lanzarnos las dos por la vista de esa ventana, cómo un par de brujas locas que montan sus escobas voladoras en silencio, tomando té con galletitas en el fino comedor de la yaya, como siempre.