lunes, septiembre 24, 2007

AMBAS

Aquí estamos, entre largos minutos estrellados,
pero de choques entre ellos,
y sin luz de astros nos miramos
aunándonos las féminas miradas en espera,
hasta que pasen por nosotras,
A recogernos ya.


Entremedio de las dos, cayó una pequeña piedra. Más cerca de sus pies que de los míos y más cerca de mis manos que de las suyas, pero sin ninguna duda, iba la piedra hacia ella.
Permanecí sentada observándola. La caída del peñasquillo desde aquel camión que nos pasó cercano, la había remecido del ensueño en el que se encontraba reposando durante los últimos minutos.
Su cuerpo poseía una rigidez extraordinaria, al igual que sus cabellos, que ni ante el raudal de viento callejero emulaban movimiento. Lo inerte de su esencia, me hizo pensar a que edad se le habría mudado el gesto, y como era una mujer de años entrados, me pareció que hace ya tiempo que se había impavidado.
Lentamente, bajó su mirada hacia el suelo. Una vez descubierto el menudo proyectil, flectó las rodillas en perfecto paralelismo y, manteniendo en recto decreto a su columna, se agachó solo lo necesario como para alzar la piedra del suelo rápidamente.
- Esta piedra, que me iba a pegar en la canilla, me la voy a llevar, anunció mientras abría su bolso cuadrado de cuero marrón.
- Me la llevo. Soy muy buena para coleccionar piedras, ya tengo una fuente casi llena, continuó explicando mientras giraba un poco su tronco hacia mí.
Sin mirarme, llegó a compartir algo de su disfrute conmigo. Frunciendo un poco las cejas con tono de experta, sus ojos inspeccionaban la pequeña piedra gris, mientras la mantenía elevada hacia la luz del mediodía. De los labios casi inexistentes, brotó un temblor reflejo en la comisura, y aparte quedamos entonces todo el resto de la ordinariez colindante. Parecía contemplar la luminosidad del sol entrando por un diamante, indagándolo transversalmente, exhalando brillos en cada giro que le daban sus dedos, gozando del matiz y pureza de la joya encontrada.
- Me la voy a dejar de talismán para la buena suerte, dictaminó una vez acabado el análisis. Mantenía con la otra mano su bolso café abierto. Le dio una profunda mirada última al peñasco y lo echó dentro del bolso, el cual advertí, se encontraba totalmente vacío.
- Yo soy muy buena para juntar piedras, dijo levantando la mirada y viéndome fuera de foco. Luego volvió la vista al frente y se mantuvo en continua rigidez.
Siguieron algunos minutos más, en los que mi participación continuó siendo nula, cuando volvió a girar su tronco un tanto hacia mí y preguntó:
-¿Cuánto llevamos acá?
Sin saber bien que clase de respuesta esperaba, respondí:
- Quince quizás.
Miró hacia las nubes clavándoles la visión tensa y mantuvo unos segundos la boca un poco entreabierta. Contenía el aire durante su reflexión inmóvil, afirmando con su mano izquierda la correa del bolso marrón, dejando que el contexto común se reflejara en sus ojos sin enfocarlo, hasta que un entusiasmo se declaró en ella y me apuntó poniendo la vista muy cerca de mi oreja.
-¡No! Mucho más de quince, yo creo que llevamos unos veinte.
- Puede ser, acoté con rapidez para no dejar espacio al diálogo. Sólo me entusiasmaba observarla.
-¿O tú crees que quince? Preguntó veloz, sorprendiéndome con su maña.
Quedé inmóvil, dejando que los ojos se me tumbaran a mí también en las nubes. Tal como esperaba, a los pocos segundos volvió a su posición original, ya sin esperar respuesta.

- Yo creo que llevamos unos veinte por lo menos, dijo un par de minutos más tarde, torciendo el cuello hacia atrás, mirándome por sobre su lado izquierdo.
- Sí, de todas maneras, contesté sin esmero.
En el lapso continuo, prosiguió interrogándome, suponiendo números y aparentando impaciencia por que llegaran a buscarnos. Cuando finalmente nos recogieron, increpó al conductor por su tardanza y luego se ubicó en un asiento frente al mío.
Continuó el viaje en silencio. La mano sobre el bolso cuadrado, su rígida empatía entre nosotras, las vistas de ambas tendidas en la profundidad, cuando de pronto, por causa de un sobresalto quebrado en el pavimento, frenamos de improviso con gran brusquedad.
Su cuerpo saltó hacia delante, quedando de golpe ella al lado mío y soltando su bolso marrón, el cual voló y fue a darse contra el suelo, donde cayó abierto.
La ayudé a levantarse. Una especie de gusto me recorrió, ya que la tirantez de su hechura, por fin en algo se había roto. Lentamente, fue incorporándose hasta quedar sentada a mi lado. El conductor rehacía la marcha, continuando nuestro recorrido.
Ya el acento en todo había variado.
Su mano izquierda contenía la mía y al notarlo, me impulsé a mirarla, viendo como sus ojos me aguardaban. Montando su mirada en mis ojos preguntó:
- ¿Cuánto crees que llevamos?
Entonces me solté de su vista y miré hacia el suelo. Junto al bolso, se encontraban un puñado de talismanes invisibles.
Una vez más, tumbé mi vista en las nubes.