miércoles, febrero 13, 2008

NATURANOVA



Hasta antes de llamarse Barcelona le nombraron Barcino, mas luego la ciudad descubrió que era mujer. En usar su encanto fue precursora, dejándose esculpir por manos de hombres que la alabaron, dándose un tiempo para cada amante que se encarnó en estilo, siendo su preferido el modernismo, para el cual reservó un romance mayor y al que le dejó dibujar la silueta con la que se daría a conocer por el mundo.



Las más hermosas fachadas modernistas dan cuenta de los tiempos de holgura económica y opulencia creativa vividos durante comienzos del siglo XX antes de la guerra civil; balcones extrovertidos se lucen por todos lados, prestos para intrusear la vida ajena pero siempre con buen gusto, vitrales multicromados que simulan los brillos lejanos del campo reciben la luz en las porterías, cientos de muros exhiben retóricos esgrafiados y las flores… cuanta flor de pétalo inmóvil se aprecia con tan sólo levantar la vista un poco. Miles de flores sembradas en cemento, labradas en yeso, hierro y cristal, se mecen en quietura por los rincones.





Estando Barcelona alejada de todo sitio verde natural, añoraban sus habitantes la necesidad de volverse ser vivo en medio de la gran cementación. Siendo los arquitectos y albañiles de antaño, herederos de la práctica alquímica y sabiendo incluso de las más privadas necesidades del alma, fueron doctorándose en hacer florecer lo inerte, poniéndole luces a una ciudad de piedra e incitando a las hadas a merodear el pueblo.
Bañaron los arcos de las casas de trepadoras esculpidas, rizaron las ventanas con lirios, se animaron rejillas, feos ductos y barandas con follajes inéditos, esporeando las vibraciones del bosque entre los habitantes e impulsándolos a admirar la nueva frondosidad que iba surgiendo.





Para apoyar la tradición naciente, decidió la gente colocar recipientes con plantas en sus balcones, llegando a cultivarse pequeños Edenes colgantes por todos lados.
Estos alegres remansos, son cuidados por manos amorosas que los riegan y desmochan de una que otra maleza aburrida, pasándose horas en contacto con las matas, sabiéndose cada hoja y haciendo vigilia de su crecimiento… los dedos que proveen estima, son de mujeres ancianas, que suelen aparecer como ensueños blancos, como sutiles algodones que lo observan todo flotando, suspendidas en el columpio de su maravilloso balcón.



Estas mujeres, que jubilaron de algo para hacerse hadas, pulen cada día el alma de la bella Barcelona, dotan a esa A, de cualidad femenina, de color para hacerse humana, abierta, para seguir acogiendo en su jardín a los miles de niños sin edades que sueñan con visitarla.