lunes, mayo 26, 2008

PARIS AL TIMO



París entra, en la respiración.
Se alberga por debajo de la piel, entrometido como un visitante imprevisto, que al recibirlo embriaga con un relato cantado.
Sus voces cogen ritmo entre ellas y se afinan en un solo tono pardo. La suavidad de esa pura voz, se presiente por las esquinas dobladas, mientras que a los ojos, salta fugaz el verde desde las copas de los árboles y en los pastos que suelen alfombrar el paso.

Andando por calles que me parecen sabidas, me fascino con su espacio ancho, pleno de escape, de fuerza intacta mantenida en el tiempo, como a diez mil rostros que alojan el Louvre y, respirando otra vez más fuerte la ciudad, puedo oler su célula franca, el germen druida que estalla en sus habitantes al sentir las flores, al sonreír con confianza a los cuervos que hacen de bardos de un París moderno, salpicado también por el miedo del mundo, al que después de un rato, a veces le saca la lengua con encanto.

Veo papeles asumidos con gracia, mujeres alegres de ponerse en el rostro un rol de amante, mientras se abrazan a los años de pareja sin pudor en plena calle y un hombre se deja ser padre alegre, gozando de su hijo sin mirar la incertidumbre… y lo sé, me he ceñido al cuello de Paris mareada con su luz cambiante, tomando una corta aventura de tres días como el total de conocer a un hombre, impregnándome por sus virtudes que guardan sombras imprevistas… pero es que me he dejado sentir sus formas sin reparos, tapándome la boca hipnotizada al pie de la torre Eiffel, tocando El Pensador de Rodin sin que nadie más que mis dedos lo notaran, fotografiándole a Napoleón las lágrimas negras en el Arco de Triunfo, tomando vino franco a destajo, dejándome mirar por ojos que alaban y alabando ojos que contienen mi historia, pareciéndome a los que soy y a los que no, admirando bellas muecas de humano que brotan entre prostitutas, guardias y vendedores, sin que todavía, me llegue a salir al paso la antigua capital hostil que algunos conocen.

Muda, parezco hacerme pasar por una de ellos. En ese silencio que se respira, andando junto al resto en un vagón de metro, entra París de nuevo, tomando la vía de la sangre subterránea.
Muda, sostenida por la ciudad de la voz y las luces.
Muda, pareciera que soy, sólo una más de vuelta.

jueves, mayo 08, 2008

LA GALERIA



Tres oscuras habitaciones, un corredor de vidrieras y un baño decrépito, componían la galería trasera.

Se trataba del sitio más reciente de la casa y al que primero le cayó el abandono; levantada para alojar a sirvientes, en tiempos que por poco no me tocó ver, ahora a las murallas abandonadas las pintaba un encierro verdoso y era precisamente en su humedad, en donde acudía a revolcarme cuando el tedio del verano estiraba los días, pegando mi frente en los cristales para aligerar el calor insólito de la infancia.

La luz que entraba por el corredor, era vitreada por una gran higuera instalada frente a las ventanas, cuyas ramas hembras proveían hojas lechosas y frutos con corazón de útero y junto a la cual se habían largado las penas de criadas y patronas, que iguales en angustia, botaron su aliento amargo en el patio posterior.

En los mohos teñidos de las paredes se podía leer una verdad que no comía en la mesa y dentro de las sombrías habitaciones, escuchaba voces con las que ansiaba fugarme por la pista abierta del pasado.
Alguna vez, descubrí entre los trastos un antiguo lienzo al que manos infantiles habían rayado completamente con dibujos y firmas colorientas. Entre los nombres, reconocí los de primas y tías lejanas, casi ya todas mayores, distantes de mi niñez y la de ellas. Juntas, seguimos tomando refugios en aquella galería, poniendo hasta los sueños vacíos sobre el escenario, despellejando las historias de los muros y claveteando personajes sobre el suelo de tablón.

Una noche dentro de un sueño con rostro dirigible, la higuera me largó sus brazos. Al sostenerlos, los fui estirando hacia el interior de la galería, provocando el quiebre de los cristales para luego llegar hasta los muros de las habitaciones, los cuales cayeron abatidos uno detrás de otro.
Al levantar la vista, las ramas soltaron el tejado hacia el cielo, dando entrada a un desfile de luz que se bebió a todas las sombras, al moho y a los dibujos del lienzo. La pura tela blanca, fue creciendo hasta tomar la dimensión de una vela de barco ondulante y de su vientre, fueron descendiendo mujeres espectrales, que con el rostro blanco me sonreían, cogiéndome de las manos y conduciéndome hasta el pie de la higuera. Antes de despertar, con mi mano esbozaron un cuenco.

Por la mañana, la galería amaneció tal cual siempre, con los cristales, las sombras y el moho. Mantenía su aspecto de tren extraviado, en el que continué abordándome por las tardes, viajando por sueños sin red en los que aprendí a ordeñar la higuera y a trazar mi dictado sobre lienzos flotantes.