viernes, julio 14, 2006

La agonía de las Ventanas

En la casa de mi abuela en la fértil comuna de La Reina, Santiago de Chile, existía una pequeña ventana del segundo piso por la que me encantaba mirar cundo era niña.
Era una ventanita con reja de seguridad que miraba hacia el oriente. No poseía en absoluto algo especial como arquitectura, pero era una verdadera ventana en todo el amplio sentido de la palabra. Se aplicaba en cumplir su razón de ser como las ventanas de antes, esas que fueron construidas para mirar hacia fuera, cuando en afuera existían muchas cosas interesantes que debían ser vistas.
Mi abuela, más bien mi “yaya”, se sentaba a coser en la antigua máquina casi todos los días de su vida.
A su izquierda , justo arriba de donde ella se ubicaba, estaba la ventana. La pieza era bien iluminada y nunca se necesitaba encender la luz durante el día. Al lado de la máquina de coser , estaba la antigua tele en blanco y negro. Era una auténtica reliquia que se había ganado mi abuelo en una rifa mucho antes de que yo naciera.
La yaya cosía y yo me sentaba un poco atrás de ella, en una silla de mimbre y veía la tele. Era un aparto muy grande, como todas las teles de los años sesenta, tenía sus patas propias y se cambiaban los canales con una gran perilla. Miraba la tele, miraba a mi abuela coser y miraba la ventanita. Mi abuela cosía, miraba la tele y levantaba la vista para mirar por la ventana. Seguía cosiendo.
Esa ventana era sin dudas, una verdadera ventana.
Era pequeña, no proporcionaba una vista como para empacharse los ojos, pero nos regalaba una visón auténtica. Se veía un pedazo no muy exagerado del cielo, pero sí muy exageradamente limpio, celeste y libre. Observando ese cielo, aprendí lo que es la contemplación. Quedarse suspendido entre una expiración y un nuevo respiro, intuir que ese cielo es un espejo enorme que nos refleja y pertenece a todos, familia, sociedad, patria, humanidad, universo y persona. Intuía que más allá del celeste están las respuestas y mirarlo me alentaba la valentía de ser preguntona. Miraba ese cielo y sentía el germen de aprender, de salir volando y entenderlo todo realmente, encontrarme de pie y en la cara con la realidad. Teniendo la TV al lado, dejaba de interesarme. Esa ventana lo contenía todo. Sobre el cielo prístino, se ubicaba el recorte de la angulosa Cordillera de Los Andes. Cuando al atardecer, caían los últimos rayos del sol sobre la nieve, deseaba estar justo ahí. En el punto donde la luz duraba hasta más tarde y pegaba directo. Me imaginaba como se vería la ciudad desde ese helado de crema abundante que goteaba por las rocas y caía por las quebradas andinas.
Podía quedarme mucho tiempo en ese estado expansivo que justamente es ajeno a las medidas temporales. Esa ventana, la verdadera ventana, sintetiza el espíritu reflexivo y cuestionador que me caracterizaba cuando niña. Ante los argumentos que se me daban como verdades taxativas, sabía que había algo más. Ya lo había descubierto y constatado como real, ya me había conectado con una visión mayor.

Extraño con melancolía esas pequeñas ventanas que nos conectan con estados mágicos. Una ventana es construida para regalarnos el legítimo derecho a soñar. Algo que hace poco tiempo era de toda lógica y constituía un derecho colectivo, hoy se ha transformado en un lujo que hace subir la plusvalía de las propiedades. Un departamento con vista a la intimidad del vecino es mucho más barato que uno con vista a un parque. (Una clara incitación urbanística a meterse en la vida del otro como algo común) El habitante del primer caso se resigna a no soñar, justamente en el lugar que debería ser su preciado refugio del mundo, mientras que el que posee vista al parque se despierta sobresaltado a medianoche, implorando que no sea real la pesadilla en la que una garra de hierro arrancaba a los árboles de raíz.
Años después de la ventana del cuarto de costura, me senté en el computador de mi casa, levanté la vista hacia mi izquierda y contemplé el cielo. Un pedazo gris del espejo otrora impecable, era una lánguida versión de sí mismo en mi gran ventana de departamento moderno, una enorme ventana sin vista, sembrada de cientos de grúas y edificios de espejos que quizás quieran recrear el reflejo que el cielo debería expandir sobre nuestras existencias. Miré y vi. Está ahí detrás del espanto grisáseo que se respira. Y entonces escribí este poema:

Afírmame firmamento
las leyes de mi manifiesto,
mi propia way de vida
ajena al mandato externo.

Dame la fuerza de un dios
que no transa sus mandamientos,
acógeme en tu azul
que abraza sin miramientos

Dame pies para andar en el suelo,
una capa de piel de humano
con un poco de arena blanca
para poder contar tu tiempo

Pero ante todo, Afírmame Firmamento,
Afírmame el recuerdo
de lo que soy
y a lo que vengo,
de no perderme
en el despliegue
de este fugaz experimento.

Sincrónicamente, este poema fue publicado en España, dentro de una antología poética titulada “Desde mi ventana: Soledad y Vértigo”...
Un par de semanas atrás, fui a visitar a la yaya al departamento a donde se mudó con mi abuelo hace más de quince años. Ahora, tiene una pieza para costurear que es pequeñísima y la vista es bastante aburrida. Siempre recuerda con añoranza su antiguo cuarto de costura, amplio, cómodo y “con tan buena luz”. Le pregunté si desde la ventana de esa pieza se veía la cordillera, ella me respondió que sí.
Aunque yo ya sabía la respuesta, hice la pregunta para poder sentirla recordar y junto con ella y su recuerdo lanzarnos las dos por la vista de esa ventana, cómo un par de brujas locas que montan sus escobas voladoras en silencio, tomando té con galletitas en el fino comedor de la yaya, como siempre.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosas ventanas de la vida mágica donde se cuelan las fantásticas vivencias de los hombres, asi como ésta que acabas de compartir.
Destellos de luz en la aridez de la red electrónica.
Me fuí, me encontré conmigo, mi niñez y mi cielito lindo de antaño....Gracias !!!

JPU

Anónimo dijo...

Pasaba por aki y me kede pegada... nunca conocí esa ventana, pero escuche mil veces a la yaya decir cuanto extrañaba ese taller...ahora es como si la conociera. Este fue un muy buen momento de trankilidad. Gracias
Yop

Natalie Sève dijo...

Paulette, aunque no te acuerdes de la ventana, tu inconsciente la conoce, por eso que tu memoria mira a través de ella y te evoca la tranquilidad de lo conocido por la niñez que nunca se olvida, no cierto JPU? un beso hermana
Nata.

Anónimo dijo...

Hola Nata, te escribo porque te echo de menos por aqu{i, he estado en mil cosas y me hizo muy bien leer tus textos, fue sehr gut. abrazo, Rodrigo K.

Anónimo dijo...

Que alegría poder disfrutar de tus textos a la distancia, me hacen recordar cuanto extraño poder escribir mi idioma y me hace darme cuenta cuantas palabras he olvidado y como se usan.
Así que por tus texto no solo podré disfrutar del idioma sino de esas calles y lugares conocidos que a la distancia se conservan en mi mente.
Sin olvidar ese cielo grisaseo de nuestro santiago... ☺
abrazos desde la escandinavia
Berni

Natalie Sève dijo...

abrazos para ti berniii!!!!

Anónimo dijo...

insisto, siempre insisto que tus palabras se compartan con el mundo, por que nos hace recordar por que seguimos viviendo cuando muchas veces nos cansamos de nosotros mismos.

gracias


ale

Anónimo dijo...

insisto, siempre insisto que tus palabras se compartan con el mundo, por que nos hace recordar por que seguimos viviendo cuando muchas veces nos cansamos de nosotros mismos.

gracias


ale

Anónimo dijo...

Prima:
Simplemente amé como escribes!
Besos

La Cata

Enrique de Santiago dijo...

Mis ventanas de niño, eran adornadas con mis ojos de niño, los que he recuperado, para ver como un niño. mis otras ventanas eran mis revistas de historietas, las que colecciono hoy en día, logrando recolectarlas casi todas.
Lindo relato, me recordó a mi amada abuela.
gracias