martes, agosto 01, 2006

La parábola del buen Sagitariano

1986

Esa tarde, mis pequeños dedos alojaban dentro de la blanca mano de mi abuelo Lars. En silencio, esperábamos a que llegara el metro.
Recuerdo que mi mano derecha se encontraba en libertad, mientras que la izquierda rogaba telepáticamente por ser indultada. Pero era inútil, dentro del metro, ni siquiera mi “Tata” que era un distraído profesional, me habría dejado andar suelta a los siete años. Quedándome mi diestra libre, comencé a recorrer con los dedos el bordado de la polera que traía puesta. Era una polerita blanca con dibujos de frutas colorinches, que me encantaba usar una y otra vez. Ponerme esa pilcha sintética coreana me hacía sentirme lo más fashion del mundo, sin intuir en absoluto que en pocos segundos, recibiría una de las más grandes lecciones de estilo de todos los tiempos.
Tocaba el bordado que daba forma a las frutas y me encantaba sentir una y otra vez el suave relieve de los hilos sobre la tela... Dado que mi abuelo no es un gran conversador , más bien siempre anda con la mirada ida hacia adentro, y que no podía moverme ni veinte centímetros por cuenta propia, esa tarde me concentraba distraída en mi polera de última moda, por largo rato.
Trotaban agotados los segundos, cargados de sopor veraniego. De pronto, percibí algo nuevo que me hizo levantar la vista y percatarme que Lars observaba algo que se encontraba afuera de sus ensoñaciones masónicas. Sus ojos estaban puestos en alguien.
Una mujer, de unos treinta años, baja en estatura, con un aspecto muy particular, esperaba el metro de espalda a nosotros.
En un segundo, mi atención también fue absorbida. El Tata y yo la mirábamos con la boca semi abierta, pareciendo los dispares miembros de un improvisado Fans Club. Tenía la piel muy blanca y los ojos eran medio verdes. Llevaba una especie de Vestido -Jumper de color gris tenue (confeccionado en una tela plástica extrañísima) estampado con cuadritos pequeños. Bajé la vista hasta las rodillas, en donde terminaba el “vestido” y.... tenía puestas unas soberbias botas puntudas, sin taco, hechas con la misma tela. De remate, cargaba en su hombro una mochila triangular, con un solo tirante, también del género de los cuadritos...
El pelo, era sin más rodeos, la coronación del personaje. Arriba lo llevaba muy corto, y hacia abajo iban apareciendo capas escalonadas, cada una teñida de un color distinto: rubio, café oscuro, castaño, naranjo, rubio, oxigenado etc. Deben haber sido unos seis o siete escalones que finalizaban en un mechón largo y muy rubio que le caía hasta la mitad de la espalda.

Mi memoria todavía sostiene la melodía que sonaba en el lugar. Era una música muy particular, muy de metro. Aquella mujer no podría recordarla, ya que tenía puesto un walkman. No escuchaba el sonido del andén y su presencia no se involucraba con nada. Ella nunca nos vio. Yo la vi de perfil. No me pareció una mujer bonita, pero poseía un magnetismo que me dejó colgado su recuerdo por años.
La gente pasaba a su lado y se sonreían, agachando la cabeza, cuán campechanos ignorantes mirando un cuadro de Picasso por primera vez. Me irritó la actitud de los transeúntes. A mí, ella me agradaba.

Miré a mi abuelo. Desconozco mi expresión, no tengo claro si mi cara manifestaba la necesidad de una explicación, pero él se agachó un poco hacia mí y en ese momento decidió regalarme una moraleja digna de un antiguo sagitario: “ Ella es una señora... que viaja sola por el mundo”...
Giré la cara hacia la “señora” nuevamente y se me completó el puzzle al darme cuenta de que efectivamente... era una viajera. Ahora comprendo que esa respuesta mágica, a una pregunta nunca formulada con palabras, solo puede brotar de un maestro. Y no en vano, el Tata es 33 en su logia.
Llegó el metro. Nos subimos y fuimos a conocer el planetario. La mujer se bajó un par de estaciones antes que nosotros.
Esa tarde, la polerita con frutas se venció. Nunca más la saqué del closet.

Mientras proyectaban la creación del universo en las pantallas del planetario, me daba vueltas la idea de cómo la viajera se había hecho esas botas... y qué países habría conocido, por qué los eligió, cual era la motivación que la trajo a Chile, dónde dormiría... cómo había conseguido el dinero para viajar...

Aquel día, Don Lars le jugó una mala pasada al árbol genealógico. Muchos de nuestros antepasados, devotamente araron los campos con la semilla del machismo durante siglos, y ahora, en solo dos segundos, una pura frase le validó a la nieta la quimera de que una mujer podía recorrer el planeta sola.
Sin ir más lejos, el padre de mi abuelo viajó diez años por todo el mundo. Durante todo ese tiempo, mantuvo un noviazgo con mi bisabuela por cartas, y ella solo viajó desde su país de origen hacia Sudamérica una vez que estuvieron casados.
No he viajado sola por el mundo. De hecho, prácticamente no he viajado en compañía a ningún lugar.
Este verano, se cumplen veintiún años de aquella anécdota, y ya casi tengo la misma edad de la “Señora” que conocimos en el metro.
Hoy, al abuelo y a mí nos ha llegado la hora de tratar nuestros asuntos de viajes. Para mí, es tiempo de transitar por otros terrenos nuevos, lejos, al otro lado del mar. Lars, hoy en día se prepara para su GranViaje. Volverá a su nube, de la cual en verdad, nunca decidió bajar por completo y desde la que podrá diseñar trayectorias para los viajeros infinitos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Emprende tu viaje... aunk yo creo k ya está empezando.
Felicidades por las buenas cosas k inundan tu vida...
Y muchisima suerte en cualkier empresa que comiences.

rimbod dijo...

espero que ese viaje, te lleve por españa.tu amigo kiko.

Anónimo dijo...

y tambien de pasadita kizas a la escandinavia... especialmente a suecia!!!!
kram!
Berni

Unknown dijo...

Contra todo lo que se pueda pensar, y a riesgo de echarme a más de alguien encima, creo que el relato es lo tuyo. Suelto, espontáneo y deslenguado. Siento que en tu también excelente poesía, en cierta forma el lnguaje te encarcela. Cariños y suerte porque parece que vas a hacer un viaje.

Enrique de Santiago dijo...

Este me gustó mucho, y ahora al releerlo, me encantó más. La viajera es al viaje, como tú soñadora al sueño.
Como dice Volodia, viajas sentada.